Otro platillo facilísimo y sin casi receta. Os encantará (más a vosotros que a vosotras, seguro) por la combinación de tantísimas texturas en un sólo producto: crujiente por fuera, tierno y jugoso en el medio y cartilaginoso en el centro. Sólo hay que cocer la oreja durante unas dos horas (o hasta que esté tierna pero no demasiado) en un caldo, secar bien, dejar enfriar y freír en aceite hasta que queden doradas crujientes por fuera.
Luego córtala en juliana y acompáñalas con una salsa a base de mostaza de Dignon o de lo que más rabia te dé.