Me encanta jugar con los restos que normalmente se suelen tirar. Después de hacer un caldo de pollo, reservé las pieles, las sequé bien, retiré toda la grasa que queda adherida a la piel y las pocas plumas que quedaban y las freí en aceite. El resultado, unas cortezas de pollo, mucho más sabrosas que las de típicas de cerdo. Además mantienen el sabor de los ingredientes del caldo. Para salarlas nada mejor que sal para palomitas: es como el azúcar glassé, pero en sal, si la añades en caliente se adhiere a las cortezas inmediatamente.
Dame una cervecita bien fresca y puedo acabar con toneladas de estas cortezas en una sentada (o apoyado en la barra de un bar).