Bueno qué pincho y qué distinto de los boquerones en vinagre. Hoy fui al mercado y encontré unas anchoas fresquísimas. No me pude resistir y me llevé una docena para ver qué hacía con ellas.
En casa me dediqué a limpiarlas tan escrupulosamente como si fuera un japonés, dejándolas casi sin espinas. Probé los filetes en crudo sin ningún tipo de aderezo y ¡oh, sorpresa! (jajaja, qué teatrero suena): qué bueno, qué intensidad: la grasa de la anchoa tenía un protagonismo absoluto, con un aroma parecidísimo al de la mantequilla.
Así que decidí que en vez de ocultarlo con el vinagre, ¡por qué no potenciarlo?
Ni corto ni perezoso, las salé (y añadí un poco de GMS) y las dejé unas horas en la nevera para que perdieran agua, queden translúcidos y que el sabor graso se concentrara aún más.
Luego las serví con un pan finísimo y crujiente, un poquitín de mantequilla, cristales de sal ahumada y pimienta: no hay palabras para el descubrimiento.