Son dos platos de lo más simple que pueda haber, una comida súper sana que puedes hacer en unos 15 minutos.
Corta el rodaballo en cubitos de un tamaño de un bocadito. Cuando veas la carne, te darás cuenta de que la parte que cubría las vísceras tiene una textura distinta y mucho más grasa, así que cuando hagas los cubitos recórtala por separado porque vamos a adaptarnos a sus necesidades.
Calienta una sartén a fuego fuerte y pon los daditos con la piel hacia abajo para que la carne pierda la menor cantidad de agua posible. Cuando se haya dorado bastante, dale a vuelta y hazla lo menos posible por el lado de la carne. Las piezas más grasas, como son más pequeñas hay que hacerlas menos tiempo.
Y ya casi está, sólo tienes que cortar una naranja en vivo (sin las pieles que rodean los gajitos) y servir.
Yo en principio pensaba hacer sólo un plato, pero al probar la parte más grasa me di cuenta que necesitaría más cantidad de naranja para compensar este efecto y que en ningún caso necesitaba la ayuda de una vinagreta, así que las puse en cucharitas para apero sin ningún aliño más que unos daditos de ajo frito. (Lo de la cuchara rota, se me cayó y me pareció que iba a quedar bien en la foto)
Por otro lado sirve en un platito el resto del rodaballo con la piel hacia arriba (sólo porque es más bonito verla tan doradita) e intercala las piezas de naranja.
Haz una vinagreta con parte de jugo de naranja, zumo de limón o lima y un chorrito de aceite, sirve, añade unos cristales de sal y a correr.
El utensilio para comerlas que os propongo es este palillo que se parece al que utilizan los ingleses para sus Fish and Chips (es de Ikea). A parte de su indudable estética, lo interesante de su uso es que, como es incómodo de cojones, sólo te permite coger una pieza cada vez y el comensal se ve obligado a meterse en la boca las piezas una por una. Así consigues que saboreen lo que cojan primero, la naranja o el pescado, de forma independiente y luego prueben la combinación de los dos.