El otro día preparamos un arroz con todo el sabor del pato:
- Con fondo de pato (con anís estrellado para resaltar el sabor cárnico).
- Unas mollejas de pato confitadas
- La grasa del confit la utilizamos para saltear el sofrito – con cebolla, por supuesto.
Y el resultado fue, como dijeron nuestros invitados de honor: Enrique de Dorar no sella y su mujer, un arroz «excelso».
Pero el socarrat se quedó pegado en la sartén, imposible recuperarlo. Así que, después de tomárnoslo, cubrí la sartén con un poco del fondo, lo dejé reposar hasta que se rehidrató, añadí un poco más de arroz que sobró, lo trituré y pasé por un colador para obtener una masa uniforme.
Mira cómo quedó de gelatinizado por la cantidad de caldo (el bote está tumbado)
Al día siguiente se me ocurrió ir un paso más allá: en una sartén antiadherente de muy buena calidad – nosotros usamos sartenes Woll, que son magníficas – llevamos usándolas durante meses sin tener demasiado cuidado con utensilios y ni siquiera tienen un pequeño raspón. Tienen un recubrimiento de Titanio que las hace más antiadherentes que las de teflón y parece ser que no son perjudiciales para la salud, como hemos oído todos acerca de ésta. Además, el teflón se desprende y degrada a altas temperaturas y esta está intacta.
Otra ventaja fundamental es que el mango es extraíble, lo que permite almacenarla y meter en el lavaplatos con más comodidad y usar en el horno sin ningún problema.
Vertí un poco de la masa, dejé que se evaporara a fuego medio (5 en inducción con escala 1-10)…
y luego lo dejé dorar aún más.
Lo retiré con cuidado, formé una crepe rápidamente (en seguida pierde su maleabilidad y queda crujiente, así que hay que darle forma lo antes posible), corté en aritos y dejé enfriar. El resultado, un sabor pronunciadísimo, socarrat al cuadrado.
¡Para qué queremos el arroz!
Un apero fantástico para acompañar una buena cerveza.